sábado, 16 de abril de 2011

Influencias


"Todo se construye sobre lo anterior, y en nada humano es posible encontrar la pureza". La reflexión pertenece a Ernesto Sabato.

Esta cita habría que tenerla presente al abordar el análisis de cualquier aspecto del desarrollo o desenvolvimiento de las sociedades. Eso incluye, por supuesto, a la literatura. Porque si hay una cosa que debería tener muy claro alguien que apenas comienza a derribar sus primeros pinitos en el oficio de escribir, es precisamente el asunto de las influencias. De las influencias dependerá su porvenir como creador.

Hay influencias de las que no podrá librarse y otras que será preciso trate de evitar, de evadir, de rehuir de ellas como se rehuye a la muerte: ¡a como dé lugar! Por cuestiones de simple estilo o natural supervivencia, claro. Incluso, hay que decirlo, su instinto, su olfato de escritor, será su única brújula, la guía que le trace el camino a seguir.

Años atrás una amiga me puso en contacto con un conocido suyo que comenzaba a escribir. Este joven pretendía que yo leyera varios de sus textos y luego le hiciera llegar mi opinión: una especie de veredicto. Confieso que no suelo hacer este tipo de favores, menos con gente que desconozco por completo, ya que conlleva una enorme responsabilidad. Apartando lo estrictamente técnico (ortografía, gramática, sintaxis, estructura, estilo, etcétera, etcétera), el resto en literatura es pura y dura subjetividad; son la propia estética y nuestro bagaje y prejuicios de lectores los que entran en juego durante la evaluación de cualquier texto. Sin embargo, accedí a leer y comentar los trabajos del conocido de mi amiga por la insistencia de esta última.

Lo que noté de inmediato al hojear los textos del aspirante a escritor era que le faltaba lectura, mejor dicho, le faltaba muchísima lectura. Para quienes somos lectores compulsivos e incontinentes esto es muy fácil de detectar. Y, desde luego, si no hay lectura es imposible que haya influencia. Incluso que el instinto y olfato de creador se hayan desarrollado como es debido. O tan siquiera que existan.

Pretender escribir sin influencias no es sólo sinónimo de ignorancia sino de una gran ingenuidad. Como en la cita de Sabato, hay influencia en todo, aunque nosotros las ignoremos.

Más o menos algo por el estilo de lo que acabo de escribir en los dos párrafos anteriores fue lo que respondí al joven aspirante a escritor, una vez que acabé de evaluar sus trabajos. Además, aproveché la oportunidad y acompañé mi email de una lista de títulos y autores que consideré apropiados para su lectura. Recuerdo que finalicé mi correo acentuando el hecho que aquellas conclusiones y recomendaciones estaban inevitablemente motivadas por mis gustos y manías personales. La respuesta del joven aspirante no se hizo esperar. En ella, entre una seguidilla de insultos soterrados, criticaba mi pobre creatividad que tenía que recurrir a la creatividad de otros escritores para salir a flote. Hablaba también de la libertad de creadores como Picasso (sí, como leen, ¡Picasso!, el mayor copiador, masticador y digestor de estilos ajenos que haya conocido la Historia del arte, comportamiento que, con el paso de los años, lo ayudó a encontrar y construir su propio estilo y a convertirse en el gran artista del siglo XX) que no copiaban a nadie sino que sus obras eran resultado de sus “pulsiones” internas. Tal vez si no hubiese usado el desafortunado ejemplo de Picasso para argumentar sus ideas, me habría llenado de paciencia y buscado la ocasión de responder a su email. Pero ¿para qué invertir tiempo en alguien que reacciona de esa manera y ha llegado a semejantes argumentaciones? Cuando le solicitamos a alguien opinión sobre uno de nuestros textos, deberíamos estar más preparados para lo que no queremos escuchar que para los elogios. Y no hace falta que diga que se suele sacar mejor provecho de lo primero que de lo segundo, si estamos en verdad interesados y dispuestos a aprender.

Borges escribió, en uno de sus célebres y aclamados prólogos: “Quienes minuciosamente copian a un escritor, lo hacen impersonalmente, lo hacen porque confunden a ese escritor con la literatura, lo hacen porque sospechan que apartarse de él en un punto es apartarse de la razón y de la ortodoxia. Durante muchos años, yo creí que la casi infinita literatura estaba en un hombre. Ese hombre fue Carlyle, fue Johannes Becher, fue Whitman, fue Rafael Casinos Asséns, fue De Quincey”.

Los que han leído a Borges conocen de sobra su debilidad por la hipérbole. No obstante, creo que en esta ocasión no exagera en lo más mínimo. Aquellos que saben algo sobre el oficio de escribir, seguro entenderán perfectamente lo que trato de decir.

Al menos es lo que creo.

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